
Por Adrián Ahjuech
En los pasillos de la política mexicana, se dice con sorna que “los de antes robaban, pero sabían cómo hacerlo”. Una forma de reconocer el cinismo envuelto en cierta destreza legalista, un arte perverso aprendido tras décadas de impunidad disfrazada de institucionalidad. Sin embargo, lo que antes era disimulo hoy es descaro. Y en Ciudad Juárez, el ejemplo más claro de esta transformación se llama Cruz Pérez Cuéllar.
Pareciera que el alumno superó al maestro. Los de antes, al menos, intentaban mantener las formas. Hoy, las reglas del juego son burladas con tal desparpajo que la legalidad no solo se ignora, se pisotea frente a todos. Y aún tienen el atrevimiento de decir que son perseguidos por el sistema, como si fueran mártires de una revolución que en realidad encabezan desde el poder.
El fenómeno Cruz merece ser estudiado. No por su capacidad de gestión —aún estamos esperando resultados concretos y sostenibles—, sino por su habilidad para disfrazar actos de campaña como si fueran actos de gobierno. Las “Cruzadas por Juárez” no son otra cosa que eventos anticipados de promoción personal financiados con dinero público. Lonas, templetes, cámaras oficiales, discursos repetitivos, giras por colonias: todo diseñado para un solo fin, su posicionamiento político rumbo al 2027.
Y mientras Cruz exige prudencia a los suyos —como a la senadora Andrea Chávez— se enfunda en su propio espectáculo mediático. Predica ética mientras ejecuta propaganda. Habla de reglas mientras las rompe. Una contradicción que ya ni intenta ocultar.
Esta actitud recuerda al niño relegado del salón, al que todos ignoraban o se burlaban. Hoy convertido en el popular de la clase, pero no por mérito académico, sino porque se aprendió de memoria todas las mañas del sistema. Cruz y muchos de los actuales contendientes de Morena, formados a golpes de marginación política en el pasado, están cobrando con creces cada afrenta vivida. Pero lo hacen usando las mismas herramientas que criticaron, solo que con menos escrúpulos y más ambición.
La presidenta Claudia Sheinbaum fue clara: pidió ética y reglas para el proceso político que viene. Pero aquí, en Juárez, su mensaje fue ignorado. Porque el juego del poder se impone a la coherencia. Porque en este tablero político, parecería que la simulación es más útil que la verdad.
¿Hasta cuándo lo permitiremos? ¿Hasta cuándo seguiremos llamando “trabajo institucional” a lo que claramente es campaña disfrazada? ¿Y hasta cuándo los juarenses vamos a seguir financiando, con nuestros impuestos, la promoción personal de quienes no se atreven a reconocer que ya están en campaña?
En tiempos de simulación, el silencio también es complicidad.