
Por Adrián Ahjuech
- 180 mil personas participaron, no por confianza en el alcalde, sino porque la desesperación los obliga a hacer lo que el gobierno ha dejado de hacer.
Casi 180 mil juarenses salieron a votar por proyectos de presupuesto participativo. El alcalde Cruz Pérez Cuéllar no tardó en pavonearse en su conferencia semanal, agradeciendo el “ejemplo de civismo” y lanzando frases como si estuviera ante las Naciones Unidas. Pero vayamos más allá del show mediático y observemos la realidad de fondo: lo que ocurrió este fin de semana no es una fiesta democrática, es un grito de auxilio colectivo que el gobierno presume como logro propio.
Porque hay que decirlo con todas sus letras: la ciudadanía no participa porque confíe en este gobierno, participa porque ya no le queda otra. Porque ha tocado las puertas del municipio por años sin ser escuchada, porque ha sido ignorada por las dependencias, porque la necesidad y el abandono han obligado a las colonias a organizarse entre ellas. Porque hoy los ciudadanos tienen que armar campañas para pavimentar 190 metros de una calle de 2.5 kilómetros. ¿Eso es justicia social?
Lo que antes era una herramienta extraordinaria para atender lo que el gobierno no podía cubrir, ahora se ha convertido en el único camino para que se atienda lo mínimo indispensable. En lugar de reforzar la capacidad de respuesta institucional, el Municipio traslada su responsabilidad a los ciudadanos: si quieres pavimentación, postula tu calle; si quieres alumbrado, junta firmas; si quieres seguridad, pon tu proyecto. ¿Y el gobierno? Observa desde el balcón.
El mismo alcalde reconoce que este año se usarán más de 700 millones de pesos para estos proyectos. Pero ni se transparentan montos, ni se garantiza su ejecución, ni se informa con claridad. Ya no es solo omisión, es cinismo. Porque el Presupuesto Participativo ya no representa una oportunidad, sino una rendición: la ciudadanía asume las tareas que el gobierno debería atender por ley y por deber moral.
¿Dónde quedó el principio básico de gobernar para todos? Hoy el municipio sólo actúa si los vecinos se agrupan, si hacen lobby, si se organizan mejor que una dependencia pública. Y no es porque falte recurso, es porque sobra desinterés. Porque este gobierno está más preocupado en las cámaras y los aplausos que en los drenajes colapsados, las calles sin luz o las escuelas sin protección.
El alcalde celebra que adultos mayores, incluso de 102 años, salieron a votar. Claro, porque ni ellos pueden confiar en que este gobierno resuelva lo más básico. Es un homenaje involuntario al abandono: que el más viejo tenga que salir a exigir lo que ya se pagó con sus impuestos durante décadas.
Los trabajadores de las dependencias lo saben. Muchos no están de acuerdo con lo que se hace, pero repiten el trato indiferente hacia quienes acuden a pedir apoyo. Porque la instrucción es clara: ignora, patea el bote, regrésalos otro día.
El Presupuesto Participativo fue creado para cubrir vacíos, no para convertirse en el único canal de atención ciudadana. Si hoy 180 mil juarenses se organizan por su cuenta, no es por civismo puro: es por desesperación. Es un dato que debería avergonzar al gobierno municipal, no enorgullecerlo.
Que no se engañe nadie: 180 mil votos no son un espaldarazo, son una protesta disfrazada de papeleta. Y mientras el alcalde sonríe ante las cámaras, la ciudad grita entre baches, oscuridad y abandono. Porque cuando el gobierno deja de gobernar, el pueblo empieza a organizarse. Y cuando eso ocurre, no es señal de éxito: es señal de fracaso institucional.
¿Hasta cuándo vamos a permitir que los ciudadanos hagan el trabajo del gobierno? ¿Hasta cuándo vamos a aplaudir a un alcalde que celebra no cumplir con su deber?
Ciudad Juárez no necesita más votaciones: necesita un gobierno que escuche, que actúe y que deje de fingir que la miseria ciudadana es un logro político.