
Por Juan de Dios Olivas
El automóvil Dodge Brothers Touring avanza por las calles de Parral y, al llegar a la esquina de Juárez y Barreda, su conductor disminuye la velocidad para dar vuelta y salir de un charco de agua y lodo que se había formado en el lugar. En ese momento, un hombre identificado como Juan López Sáenz Pardo los saluda con el viejo grito de guerra de la División del Norte: ¡‘Viva Villa’! Segundos después, la balacera que se desata es infernal.
Son las 7:50 de la mañana, es 20 de julio de 1923, y en el atentado pierde la vida el general Francisco Villa bajo una lluvia de proyectiles expansivos. Doce balas destrozaron el corazón del centauro y uno de sus pulmones. Su cuerpo quedó recostado sobre el asiento. No alcanzó a sacar su revólver calibre .45.
Junto a él murieron su lugarteniente, el coronel Miguel Trillo, y dos integrantes de su escolta: Rafael Medrano y Claro Hurtado, además de su asistente, Daniel Tamayo. Ramón Contreras, miembro de su guardia personal, fue el único que sobrevivió y también quien logró responder al ataque abatiendo a uno de los agresores.
La emboscada, cierto, eliminó al hombre, pero arraigó su leyenda en el imaginario popular y la fascinación por quien fue bandido, guerrillero, héroe y villano, esposo y amante de muchas mujeres y padre de numerosos hijos, pero sobre todo, de quien cambió el curso de la historia de México con sus hazañas militares que siguen siendo recordadas y estudiadas al paso de los años a más de un siglo de distancia.
Sus andanzas le han dado vuelta al mundo en forma de libros, películas, documentales, monumentos, corridos, leyendas, anécdotas y, en tiempos recientes, inundan las redes sociales donde siguen despertando pasiones.
Cada año, la representación de la muerte de Villa atrae a miles de visitantes a Parral. El hechizo del general convoca por igual hombres de todas las edades que a niños y mujeres, bikers, jinetes, periodistas y hasta políticos; a estos últimos él mismo les hubiera dado un susto si viviera.
El culto a su personalidad se arraiga al paso de los años en la medida en que la historia lo pone en su dimensión militar. Fue clave en la toma de Ciudad Juárez en 1911, que propició la caída de la dictadura de Porfirio Díaz, y pieza fundamental para derrotar al usurpador Victoriano Huerta con la toma de Torreón y Zacatecas y en el ámbito político como gobernador de Chihuahua.

Originario de San Juan del Río, Durango, con el nombre de bautismo de Doroteo Arango, Villa nació el 5 de junio de 1878 en el rancho “La Coyotada”.
De padres campesinos y pobres, su vida antes de la Revolución transcurrió en la miseria y después fue a salto de mata tras convertirse en bandolero y cometer numerosos actos de abigeato.
Tras ser reclutado por Abraham González para participar en el levantamiento armado del 20 de noviembre de 1910, llegaría a marcar el rumbo que tomó la Revolución mexicana.
A mediados de abril de 1911, Villa y Orozco se encontraron en las afueras de Ciudad Juárez. Sus seguidores sitiaron la ciudad y obligaron al gobierno porfirista a instalar una mesa de negociaciones con Madero.
Mientras se negociaba, Estados Unidos advirtió que, de desatarse un conflicto armado en esta zona de la frontera, se vería obligado a intervenir, por lo que Madero decidió retirar sus tropas, pero Villa y Orozco desobedecieron y atacaron Juárez.
“Debemos atacar la plaza, pues si nos retiramos sin intentarlo siquiera, después de tantos días de haber permanecido aquí con ese objeto, la gente nos va a tachar de cobardes”, dijo Villa a Orozco antes de la batalla que dio inicio el 8 de mayo y se extendió por más de 72 horas para concluir al mediodía del 10 de mayo.
Los defensores de la plaza, encabezados por el general federal Juan Navarro, se quedaron sin agua, alimentos y sin municiones, por lo que entregaron la plaza a las tropas revolucionarias y con ella la aduana más importante del país.
La caída de la dictadura de Porfirio Díaz fue cuestión de días tras la firma de los Tratados de Juárez.

Tras ser nombrado Madero presidente de México, Villa fue incorporado al ejército federal, subordinado a Victoriano Huerta, quien conspiró para asesinarlo, lo hizo prisionero y estuvo a punto de fusilarlo, antes de ser recluido en prisión en México, de donde escapó ayudado por un empleado de la cárcel.
Villa huyó de la cárcel al extranjero y se refugió en El Paso, Texas, donde mantuvo correspondencia con Abraham González y Madero, advirtiéndole a este de la conspiración que se fraguaba en su contra.
Al darse el golpe de Estado en febrero de 1913, Villa ingresó a México por el valle de Juárez, amaneció en Samalayuca en la hacienda de El Ojo de la Casa y posteriormente siguió hasta la hacienda de El Carmen, en Buenaventura, El Saucito, en Rubio, y a la semana se encontraba en San Andrés.
En cada pueblo, rancho o hacienda se le sumaban centenares de hombres con los que fue armando un ejército, con el cual pronto estaría atacando Chihuahua capital. Ahí, planeó simular ataques sobre la capital y logró capturar un tren que jalaba góndolas de carbón, el cual fue vaciado para transportar 2 mil tropas y transportarlas camuflajeadas a Ciudad Juárez.

En el trayecto, el telegrafista engañado envió mensajes a la guarnición federal juarense que indicaban que el tren había sido atacado y necesitaba retornar a la frontera.
En cada estación de telégrafos, se enviaban reportes y se pedía autorización para avanzar.
Al anochecer, el tren ingresó a la ciudad; los soldados de Huerta se encontraban de fiesta en los bares y pocos defendían el cuartel, por lo que al descender del tren las tropas revolucionarias, no encontraron oposición y, sin disparar un tiro, sometieron a los defensores de la plaza.
Las tropas huertistas intentarían recuperarla, pero serían destrozadas en la batalla de Tierra Blanca, en un punto cercano a Samalayuca, donde actualmente se encuentran las antiguas garitas de la Aduana del kilómetro 30 de la carretera Panamericana.
De acuerdo con historiadores, ese combate facilitó la toma de la ciudad de Chihuahua capital y de Ojinaga, apoderándose Villa de todo el estado.
A finales de 1913, conforme al plan revolucionario promulgado por Venustiano Carranza, Villa asumió la gubernatura de Chihuahua. Tenía la responsabilidad de dirigir el territorio que sería su base de operaciones y reactivar la producción.

El 26 de septiembre de 1913, los principales comandantes militares de Durango y Chihuahua se reunieron en Jiménez y eligieron a Villa como líder de la División del Norte. Era el primer paso para dirigirse a Torreón, ciudad que otros jefes revolucionarios como Carranza no habían podido tomar.
La toma de Torreón le representó a Villa beneficios importantes, dado que ahí se encontraban las fábricas de armas del Ejército federal, además de ser un importante polo económico dado el desarrollo de la industria del algodón. Sin embargo, Zacatecas elevó el prestigio del líder de la División del Norte. Es considerada como la más grande batalla del movimiento revolucionario, donde se confirmaron las notables cualidades bélicas del Centauro del Norte y de su contingente guerrero, además de propiciar el desmembramiento definitivo del ejército huertista.
No obstante la victoria, las relaciones entre el Primer Jefe, Venustiano Carranza, y el mítico general duranguense se hallaban lejos de ser cordiales.
Los desacuerdos propiciarían que se rompieran los esfuerzos por reconstruir el gobierno mexicano a través de la Convención de Aguascalientes, y México entraría en un nuevo periodo de guerra civil, en el que Villa saldría derrotado junto con la División del Norte, que sería destrozada en las batallas del Bajío por el general Álvaro Obregón.

El general Villa se convertiría nuevamente en guerrillero, atacaría Columbus, Nuevo México, y provocaría la intervención estadounidense. Estaría nuevamente a salto de mata y nunca lograría recuperar los días de gloria.
Finalmente, bajo el gobierno de Adolfo de la Huerta, se rendiría y a cambio recibiría para él y sus soldados una hacienda en Canutillo, Durango, cerca de Parral, la cual convertiría en ejemplo de producción.
De ahí saldría en el mes de julio de 1923 para visitar Parral, donde participó en un bautismo y visitó a una de sus esposas.
Villa había decidido ir a Río Florido, un pueblo cercano a Canutillo, con la intención de acudir a bautizar al hijo de un amigo, pero antes haría una escala en Parral para visitar a Manuela Casas, que vivía en un hotel de su propiedad, donde de paso arreglaría también asuntos de negocios.
A pesar de que conocía conspiraciones para asesinarlo, algunas de ellas frustradas por él mismo, en esa ocasión se confió debido a que creía estar en buenos términos con el presidente de México Álvaro Obregón y su secretario de Guerra, Plutarco Elías Calles.
Por eso, cuando se dirigió a Parral, dejó de lado a la escolta de 50 hombres que siempre lo acompañaban en sus viajes al salir de Canutillo y solo fue escoltado por cinco, incluyendo el general Trillo y su asistente Daniel Tamayo.
El 10 de julio, al atravesar Parral para dirigirse a Río Florido, el grupo armado comandado por el coronel Jesús Salas Barraza, diputado local de Durango, y Melitón Lozoya estuvo a punto de asesinarlo. No dispararon porque decenas de niños que salían de una escuela en el lugar se atravesaron.
Sin embargo, 10 días después, el 20 de julio, tras recoger un dinero, Villa se dirige a Canutillo a bordo de su automóvil. Antes de dar vuelta por la calle Gabino Barrera, un hombre que después fue identificado como Juan López, se quita el sombrero de palma, agita la mano y grita “Viva Villa”.
El saludo era la señal para que el grupo armado actuara al disminuir la velocidad el vehículo para dar vuelta en la esquina.
Al pisar el clutch para meter el cambio y virar a la derecha, el general fue sorprendido por sus asesinos desde las viviendas donde se ocultaban desde días atrás.
Los proyectiles disparados destrozan los cristales del auto y acribillan a Villa para quitarle la vida al instante.
Las balas también alcanzan a Trillo y al asistente Daniel Tamayo. Los tres escoltas quedan heridos; uno de ellos, Rafael Medrano, es herido en una pierna y un brazo, finge su muerte escondiéndose debajo del auto, pero lo descubren y lo matan.
Ramón Contreras buscó refugio en un puente cercano desde donde saca su arma y mata a uno de los agresores. Claro Hurtado intenta bajar al río, pero la salida estaba cerrada y fue asesinado.
El auto que presentaba más de 40 impactos de balas fue inspeccionado por los agresores, quienes le dieron el tiro de gracia al general; luego huyeron.
“Parral me gusta hasta pa’ morirme”; el viejo adagio que pronunció alguna vez se cumpliría finalmente ese día.


***
FUENTES: Friedrich Katz; Pancho Villa, Retrato autobiográfico; Pancho Villa, Paco Ignacio Taibo; La División del Norte, Pedro Salmerón; www.inehrm