
Chihuahua.- Máximo Castillo nace el 11 de mayo de 1864 en un rancho del municipio de San Nicolás de Carretas, Chihuahua. Desde joven padece la miseria y la represión propias de la dictadura porfirista, de acuerdo con el historiador chihuahuense Jesús Vargas en entrevista difundida por La Jornada el 15 de marzo del 2004 quien editó ese año el libro Máximo Castillo y la Revolución en Chihuahua, que recoge las memorias del evolucionario tituladas por él mismo como »La simple historia de mi vida».
Motivado por los ideales democráticos y de justicia que enarbolaba Francisco I. Madero, Castillo ingresó al movimiento armado en diciembre de 1910, a los 46 años, bajo las órdenes de Pascual Orozco.
En febrero del año siguiente conoce al prócer personalmente, cuando éste concluye su exilio en Estados Unidos y entra a México por Chihuahua. Castillo forma parte de la comitiva que cubre su retorno a territorio mexicano.
Semanas después, al intentar tomar el poblado de Casas Grandes, es derrotado por las fuerzas porfiristas.

Así describe Castillo un momento durante la batalla:
(…) A la voz de que habían matado a un compañero vino el señor Madero, a la curiosidad de ver el muerto. En el momento en que el enemigo nos hacía muy nutrido tiroteo, al señor Madero le pasaban las balas muy cerca de la cabeza. Y me preguntaba:
-¿Qué es eso que zumba?
-Son las balas que así chillan. Sí, señor, quítese de aquí, váyase a su lugar porque lo matan.
-No hombre, si son muy malos para tirar.
-No, señor, ahí tiene usted la muestra (…).
Ese mismo día, Castillo salva la vida a Madero, al alejarlo, herido, del campo de batalla:
-Ya lo hirieron -le dije, porque vi que soltó la carabina.
-Creo que no; le pegaron a la carabina, retachó y se me durmió el brazo.
Seguimos adelante; luego llegamos a un arroyito que estaba a unos diez pasos, nos paramos y le alcé la manga de la camiseta que estaba muy ajustada, porque lo vi que movía mucho los dedos como para saber si estaba herido, luego le noté el hilito de sangre y se vio el agujerito.
-Sí me hirieron -dijo.
Seguimos; luego que llegamos a un llanito limpio, vi una caballería que iba por la izquierda, muy cerca, ya cortándonos la retirada. A nuestra espalda nos seguía una infantería acompañada de un cañón; además, nos hacían un nutrido fuego a unos 200 pasos de nosotros, a la derecha, otra caballería. La lluvia de balas de fusil y de cañón que nos caía era tan nutrida, y tan repetidas las granadas que reventaban entre nosotros, que nos vimos obligados a dejarnos caer al suelo.
-Déjese caer, señor Madero -le dije yo.
Y me contestó:
-¿Para qué…? Se revuelca uno mucho.
Con esta contestación me dio mucha pena, y cuando reventaba la granada me vi obligado a permanecer parado (…)
No fue la única vez que Castillo salvó la vida de Madero. Una más ocurrió después de la toma de Ciudad Juárez. Los generales Pascual Orozco y Francisco Villa se rebelaron, porque Madero no proporcionaba los recursos para que las tropas comieran y se asearan.

Sucedió en el Palacio Municipal de Ciudad Juárez:
(…) En esos momentos observé que Villa traía al señor Madero estirándolo de un brazo y que el señor Madero se resistía. Luego corrí, abriendo la gente hacia donde Villa hacía esfuerzo para sacar de la puerta al señor Madero, al tiempo que oí que Villa le decía:
-¡Camine! ¡Camine!
Y el señor Madero le contestaba:
-¿Por qué me llevas?
En ese momento que yo llegaba, mi hermano Apolonio y Carlos Aguirre, que estaban de guardia en la puerta, uno cogió al señor Madero y otro a Villa, los apartaron; luego que se vio libre de las garras de Villa, daba voces:
–¡Fusilen a Villa!
Villa corrió a su cuartel a traer más gente y el señor Madero se dirigió hacia donde estaba un automóvil. Observé que Orozco lo seguía, diciendo:
–Dese por preso.
La intervención de Castillo impidió que Orozco disparara contra Madero. Pero el estira y afloja siguió.
(…) El señor Madero, tan pronto se montó en su auto, empezó a gritar a las tropas que estaban presentes.
-¿A quién obedecen ustedes, a mí o a Orozco?
Unos gritaban «¡a usted»; otros, «¡a Orozco!», y otros, «¡a los dos!». Orozco y Madero seguían averiguando. Orozco le decía:
-Dese usted por preso, Madero.
-No hagas uso de tu pistola -le decía el señor Madero.
-Si se hace necesario, sí lo hago -contestó Orozco.
-Hombre -contestó el señor Madero- dame un abrazo… todo está arreglado.
-No señor, dese por preso. Usted es un hombre inútil, inservible, no es capaz para dar de comer a la gente… ¿Cómo podrá ser presidente? (…)
Finalmente, a regañadientes y atendiendo «las súplicas de muchísima gente» presente en el altercado, Orozco estrechó la mano que le tendía Madero.

El triunfo y la decepción
Admirado por la valentía, la lealtad y la convicción revolucionaria de Castillo, Madero lo nombra jefe de escoltas. Luego del triunfo militar en Ciudad Juárez, Castillo atestigua su entrada triunfal a la ciudad de México, el 7 de junio de 1911.
Días después, entre el 13 y el 15 del mismo mes, acompaña al prócer a Morelos y presencia su encuentro con el ya legendario líder revolucionario en aquel estado, Emiliano Zapata.
Escuchar de viva voz las ideas agraristas de Zapata será un hecho definitorio de las convicciones revolucionarias de Castillo.
Poco después de la visita al caudillo del sur, empiezan a encadenarse una serie de hechos que llevarán a Castillo a romper con Madero. Igual que Zapata, percibe que Francisco I. Madero no está dispuesto a repartir la tierra o devolver a los campesinos las propiedades despojadas por los terratenientes durante el porfiriato.
En ese momento -explica Vargas Valdés- «Castillo se aparta de Madero y se levanta de nuevo en armas, de manera similar a lo que hace Zapata en Morelos».

La Jornada 15 de marzo del 2004
https://www.jornada.com.mx/2004/03/15/02an1cul.php