
Por Juan de Dios Olivas
La vida de Agustín Ojeda está ligada a la de Gonzalo N. Santos, El Alazán Tostado, el cacique más odiado de San Luis Potosí a quien sirvió de pistolero por décadas y cuyas tropelías e impunidad, lo convirtieron en una leyenda negra de la política mexicana de antaño.
Apodado Mano Negra, era el encargado de hacer cumplir aquella sentencia que distinguió a su amo, el también ex gobernador Potosino: “A mis enemigos los dejo que escojan su “ierro”: encierro, destierro o entierro”.
Cómo pistolero, el Mano Negra ayudó al Alazán Tostado a mantener un reinado de terror en tierras potosinas y de paso, también marcar el viejo estilo de la corrupción política y las mapacherias electorales en la era del viejo PRI, desde su fundación como Partido Nacional Revolucionario. Su patrón Santos fue quien integró el némesis de la moral política y acuñó aquellas frases que marcaron décadas de fraudes electorales y corrupción política: “La moral es un árbol que da moras”; Y después su especial letanía: “Mujer coqueta tira a puta;Caballo manso tira a penco; Hombre bueno tira a pendejo; En política, la moral vale para pura madre”.

Autonombrado capitán, las leyendas cuentan que a el jefe de pistoleros de Santos, le llamaban Mano Negra porque una de sus manos la había perdido y usaba una prótesis de madera cubierta por un guante negro; otros dicen que simplemente como un ritual singular, se colocaba el guante negro a la hora de ejecutar a quien su patrón le decía arrojando el cadáver de la víctima “nunca a menos de cincuenta metros de la carretera”.
Lo cierto es que el guante lo usaba aún con el calor imperante en las tierras potosinas; él decía que “era para que sus dedos no se pusieran amarillos dado que fumaba puros”, aunque los que lo conocieron muy de cerca afirmaban que padecía una enfermedad conocida como “Mal del Pinto”.
Mano Negra siempre en la cintura llevaba una .45 con chapa de oro, que el mismo Alazán Tostado le regaló.
Cuenta que infundía el miedo, como si fuera el demonio. Era recio, mirada fría, nadie se atrevía a mirar a los ojos y solo entraba a hablar con su patrón y se retiraba enseguida ya con las órdenes recibidas.
Cuentan que en una ocasión, cuando viajaban hacía Tamuín, Don Gonzalo vio a orillas de la carretera una cruz y le preguntó a su guardaespaldas:
-¿Qué muertito a orillas de la carretera es ese Capitán?
-No mi jefe, un accidente cualquiera, aquí su servidor jamás hace trabajos a menos de 500 metros del asfalto… estesé usted tranquilo.
Gonzalo N. Santos en su momento llegó a estar resguardado hasta por 12 mil hombres armados a su mando en su rancho el Gargaleote, en su natal San Luis Potosí, donde fue gobernador y estableció su feudo tras la lucha armada y también su reinado de terror y a su lado el Mano Negra.
Se le atribuyen cientos de muertes de personas por oponerse a sus designios y caprichos. A sus adversarios simplemente los mandaba “tronar” a través de su pistolero favorito el Mano Negra o el mismo utilizando su metralleta Thompson o su .45, dependiendo su estado de ánimo, refiere el escritor Carlos Monsiváis en su artículo titulado “La moral es un árbol que da moras”, frase con la que se recuerda al político priista.
Cuando algún campesino se negaba a “venderle” sus tierras para aumentar su feudo, decía: ¡Que su viuda lo decida!

En 1929, tras el asesinato del general Álvaro Obregón, en el país se realizan elecciones extraordinarias para presidente de la República y el candidato del PNR, Pascual Ortiz Rubio, se impone en forma fraudulenta y los seguidores de su único aspirante opositor, José Vasconcelos, el rector de la Universidad Nacional, se lanzan a protestar por el fraude que se cometió.
En la Ciudad de México, en un mitin en San Fernando, es asesinado el estudiante Germán del Campo y su crimen atribuido a los pistoleros del Alazán Tostado, quien habría dicho a sus cercanos: Un pinche muerto más o menos, no me va a quitar el sueño.

La elección de 1940
El Mano Negra también aparece al lado de su patrón en los comicios de 1940, la historia de fraude y sangre se repite, pero a mayor escala. El candidato más popular era el general Juan Andrew Almazán, por lo que el resultado ni el mismo ganador, el general Manuel Ávila Camacho lo esperaba, incluso el mismo Gonzalo N. Santos recordó que en la tarde el abanderado oficial lloraba su derrota antes de que le dieran la noticia.
Andrew Almazán había aglutinado a amplios sectores inconformes contra la imposición del candidato oficial y a quienes no se habían sumado al régimen revolucionario y que lo desafiaron pese a que, en cada elección, se desataba la violencia.
Los almazanistas y avilacamachistas protagonizaron escaramuzas en las calles de la Ciudad de México y el más emblemático enfrentamiento fue en la casilla Juan Escutia 37 en la Ciudad de México, donde votaría el presidente Lázaro Cárdenas.
En sus Memorias, el Alazán Tostado recordaba que días antes de la elección, y con la experiencia de la campaña de Vasconcelos de 1929 en mente, propuso adelantarse y atacar a los almazanistas la víspera de la jornada electoral, pero el candidato de su partido se mostró confiado y le dijo que dejaran las cosas como estaban.
Ese día, Santos salió de su casa a las 5:30 de la mañana para encontrarse que la mayoría de las casillas de la ciudad estaban en manos de los almazanistas, y sólo entonces, con la aprobación del candidato Ávila Camacho, puso en pie una operación de rescate de la ciudad.
Con el apoyo de 50 hombres “acordamos hacernos raid, arrebatando las ánforas, volteando las mesas electorales patas arriba y dispersando a los dirigentes de las casillas a como diera lugar”, recuerda él mismo en sus memorias, donde se muestra tan orgulloso de los actos como de su Thompson, con la que inició una ofensiva por todo lo alto contra los almazanistas en Las Lomas, en la colonia Condesa y en la Roma.
Pero los almazanistas no estaban mancos y también estaban armados y muy agresivos. En la casilla de Juan Escutia 37 lo recibieron a tiros.
Antes de la reyerta a tiros, la casilla fue tomada por un grupo de seguidores del candidato opositor, Juan Andrew Almazán, que competía en contra del candidato oficial, Manuel Ávila Camacho. Los inconformes argumentan que la casilla no estaba legalmente instalada conforme a la ley y levantaron un acta.
El presidente al llegar escuchó a los inconformes y les prometió que gestionaría que el instalador se presentara. Después se retiró y quien se presentó en lugar del funcionario de casilla fue Gonzalo N. Santos, quien al grito de ¡Viva Ávila Camacho! dispersó a los almazanistas.

En la casilla, el presidente Cárdenas había intentado votar dos veces, de acuerdo con testimonios del subsecretario de Gobernación Agustín Arroyo, pero no lo hizo por considerarlo indecoroso por estar la urna en manos de almazanistas y prefería esperar a que los avilacamachistas reaccionarán.
Al Alazán Tostado no le dijeron dos veces y tras reunir un contingente de 300 hombres con sus pistoleros que portaban metralletas Thompson, se dirigió a la casilla Juan Escutia 37, la cual era también vigilada desde la azotea de enfrente por personas armadas.
Dos cuadras antes de llegar fue recibido a tiros, pero la superioridad del grupo de Gonzalo N. Santos se impuso y a punta de ráfagas de metralla, barrieron a los almazanistas dejando charcos de sangre en el lugar.
El senador mandó llamar ambulancias y a los bomberos. Los primeros recogieron dos cadáveres y a los heridos, mientras que los tragahumos limpiaron a manguerazos la sangre que manchaba pisos y banquetas.
Al final, el presidente pudo votar y sus comentarios quedaron grabados y recordados en las memorias del Alazán Tostado, quien señala que Cárdenas le dijo que la calle estaba muy limpia y él le contestó: “donde vota el presidente de la República no debe haber basura”.
Las anécdotas del Mano Negra abundan, todavía hay quien afirma haberlo visto por los años 1990s sin su famoso guante en alguna ciudad de San Luis Potosí.